lunes, 4 de febrero de 2013

Y así recuerdo su llegada...

Todo comenzó un miércoles, en la semana 39+4. Pasé el día tranqui en casa, como las últimas semanas. El día anterior habíamos conversado con la partera que nos iba a acompañar, nos recomendó empezar a tomar homeopatía para que nada se trabara.
Por la tarde tuve algunas contracciones, sin dolor, mientras jugaba en la compu. Me recosté y se me pasaron. Ya había tenido varias en los últimos meses. Dormí un rato.

De noche, nos pusimos a preparar la cena. A las 10 y algo, mientras lavaba espinacas, sentí "algo" que bajaba... estaba perdiendo el tapón. No tuve que decir nada; mi cara era un libro abierto. Qué nervios!! Nos abrazamos, con lágrimas en los ojos, y salimos corriendo al baño. Primer susto: un hilito de sangre corría por mis piernas. No hay teoría que valga; por más que sepas que es común, te reasustás. Y ahí mandás a la mierda cualquier resolución de no decir nada para pasar el trabajo de parto en paz; llamé a mi mamá. Que además de ser mi mamá, da la casualidad que es médica. Me dijo lo que ya sabíamos, pero que igual se venía a vicharme. Sacamos una foto de mi panza. Ahora la veo y me parece impresionante...
Las espinacas, obviamente, quedaron olvidadas en el colador. Me recosté y empezaron las contracciones. Mamá llegó y me revisó mientras el nervioso futuro papi agarraba el cronómetro. Cuarenta segundos de duración, apenas de dolor, más bien una molestia. Bien. Esperemos la próxima... eh! ya está acá! Cómo que cuatro minutos nada más? No era que al principio eran espaciadas? Bueno, capaz que son irregulares... No, ahí viene otra. Cuatro minutos. Cuarenta segundos de duración.
Más fotos. Y otra contracción. Siempre cuatro minutos, siempre cuarenta segundos.
Por las dudas, le mandamos un mensaje a Claudia, la partera. Yo sabía que esto recién empezaba, pero la frecuencia y regularidad nos tenía desconcertados. Mirá por dónde, Thiago nos iba a salir obsesivo! Claudia nos tranquilizó y decidimos acostarnos.
Imposible dormir. Por más que intentes, si cada cuatro minutos se te pone todo duro, no hay caso. Nos quedamos charlando, mimoseando, descansando... Seguíamos controlando cada tanto, seguían los cuatro minutos de intervalo. Entre las 3 y media y las 5 aproximadamente, Thiago se tomó un descanso y pude dormir. A las 5 recomenzaron, más molestas en intensidad pero ¡seguían los 4 minutos! Ya no me sentía bien acostada así que nos fuimos al sofá del living. Mario se envolvió en una manta y dormitaba, yo me recosté y apoyé las piernas en la pelota de pilates. Cuando amaneció, desayunamos liviano y quise moverme un poco. Elegimos una buena banda sonora para la mañana -Buena Vista Social Club, Tracy Chapman, Tribalistas- y bailamos, cantamos, me sentaba en la pelota y le pedía masajes a Mario... A eso de las 11 ya algunas contracciones me hacían gritar. Los 4 minutos, inconmovibles.
Vinieron mi mamá y mi abuela, tomamos unos mates, charlamos, luego se fueron... es muy difícil trasmitir el estado de ánimo que me embargaba. Una especie de "felicidad tranquila". Un río que fluía calmadamente. Si bien me llamaba la atención el "cronometraje", mi sensación interna era que todo estaba bien, que estábamos avanzando.
Mario se iba poniendo más nervioso, almorzamos y finalmente a eso de las 2 de la tarde accedí a llamar a Claudia para que nos acompañara en lo que quedara de trayecto. Ya el dolor era fuerte y me costaba entregarme. Y los malditos 4 minutos, que me hacían sentir que no avanzaba tan rápido como quería. Volvimos al dormitorio.

Claudia llegó a eso de las 4 y midió mi dilatación: 3 centímetros. Se me cayó todo. Sólo 3 centímetros??? Cuánto más va a dolerme entonces? Cuántas horas? Según la tablita que aprendimos en las clases, recién había comenzado realmente el "trabajo de parto"!
Sin embargo, la presencia de Claudia me ayudó a olvidarme del cronómetro. Me concentré en encontrar una posición para tolerar mejor cada contracción, pero iba cambiando; parada, sentada, recostada en el pecho de Mario, en cuclillas, en la ducha... Perdí la noción del tiempo. Me estaba enojando un poco, lo reconozco. Ese dolor me poseía sin posibilidad de esquivarlo, sólo yo podía sentirlo y lo que hicieran los demás podía hacerme sentir acompañada, pero no aliviarlo. Ahora, me doy cuenta que los signos de que el trabajo avanzaba estaban ahí, pero en ese momento no podía verlos. El dolor ocupaba toda mi percepción, y por momentos me cerraba en un vano intento por sentirlo menos. Me acuerdo vagamente, que en algún momento alguien comentó que eran las 6 de la tarde. Cómo que recién pasaron 2 horas???
Ahí empecé a sentir miedo. A no poder. A no tolerar lo que faltara. Mi cabeza, siempre intentando controlar lo incontrolable, pensaba en un desarrollo lineal: a más tiempo, más dolor. No me daba cuenta que la intensidad se había estacionado en muy fuerte, y que las contracciones eran más seguidas ya. Sólo podía pensar en que faltaba mucho para las 12 horas de "la tablita".
El rato siguiente lo recuerdo como en una nebulosa. Sé que en algún momento me dieron más globulitos de homeopatía para que tomara, sé que decía "No puedo más" mientras seguía pudiendo...
En determinado momento me dieron ganas de hacer pis. Serían 7.30 más o menos. En el trayecto del dormitorio al baño tuve 2 o 3 contracciones, apenas podía caminar. Finalmente en el water, cuando ya iba a levantarme... el primer pujo! Qué sensación indescriptible. Placer puro, la fuerza más arrolladora que haya sentido nunca, un grito que nacía de mi centro mismo. También, una gran sorpresa y algo de susto... Thiago ya quería salir y todavía había que llegar al sanatorio!
Claudia me aconsejó meterme en la ducha, era un placer sentir el agua tibia corriendo. Los pujos seguían y me tiraban hacia abajo, en cuclillas. Me senté en la pelota y descansé un poco. Mientras me secaba, un nuevo pujo rompió la bolsa. Con la determinación que luego lo caracterizaría, Thiago venía y venía.
No sé cómo, había llegado mi mamá (quien sería nuestro chofer). Nos aprontamos para salir. Dos pisos por escalera. Cada 4 o 5 escalones, un nuevo pujo. Era noche cerrada y recuerdo ver las cabecitas de los vecinos asomándose tras las cortinas al oír mis gritos...
Antes de subir al auto, Claudia me recordó la respiración para retener los pujos. Menos mal, porque si no, creo que no llegábamos. Me recosté contra Mario y comencé a jadear mientras ella me sostenía con la mano y su mirada, calma y firme.
En 5 minutos llegamos al sanatorio. Eran las 8 de la noche del jueves.
No voy a comentar sobre la atención que recibí porque eso es para otro post. A las 8 y media, Thiago había nacido. Recuerdo como un flash, una bolita gris que gritaba cuando lo apoyaron sobre mí. Una hora después me lo trajeron a la teta. Se prendió con alma y vida.
Pasamos la noche despiertos, mirándolo. Creo que aún hoy, hay momentos en que no podemos creer tanta belleza.

3 comentarios:

  1. Y así, totalmente ensimismados, estábamos todos!!!!!!!!!!!!!!

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  2. hermoso relato, cuánta intensidad.

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    1. gracias! te puedo asegurar que quedó pálido al lado de cómo lo vivimos. pero me alegro de haber podido transmitir algo de esa energía.

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